Leyenda de Alarico y Quilama:
"Triste y melancólico, el joven conde Alarico apenas visitaba su castillo de Toledo. Gustábale recorrer con sus mesnadas la costa mediterránea del sur a la Andalucía toda, retando a combate a los núcleos africanos escapados de la derrota de Wamba que habían logrado arribar a la península agonizable el siglo VII.
Alarico era hijo bastardo de rey Egica. Luego que su padre murió y ocupó el trono de la monarquía goda Witiza, el joven conde retiróse aún más del pretorio toledano, donde, por haber simpatizado con Sisberto, el arzobispo que fue depuesto por el Concilio, era malquisto por los magnates del reino.
En continua correría pasó su juventud y, al ocaso de su vida, vino a conocer y a enamorarse de Quilama, hija menor de Teodomiro, gobernador de la Bética, a la que deseaba casar con del viejo Aquila.
Rodeó Alarico la prisión donde Teodomiro, al enterarse de los amores, hubo de recluir a Quilama, hija menor de Teodomiro, y raptándola huyó, seguido de sus huestes hacia las tierras de Helmántica.
Buscó, entre el Calvitero y el Trampal un refugio inaccesible donde no pudiera ser encontrado por Teodomiro y estableció en las alturas su campamento, pero el rigor del invierno le hizo abandonar aquellos parajes y cobijarse en la Sierra de Valero.
En la cumbre más bravía comenzó a construir una ciudad murada: una fortificación inexpugnable, desde cuyas almenas pudiera divisar la serranía toda, teniendo al lado a Quilama, porque así era el nombre de la que Alarico hizo reina de aquellos parajes.
Temiendo el conde que Teodomiro diese con su morada, bajó el castillo, construyó un palacio subterráneo. Socavaron sus mesnaderos las entrañas de la Sierra; hicieron galerías y salones subterráneos a los que Alarico trasladó secretamente las riquezas que encerraba en su mansión de Toledo. Tenía el palacio solamente dos salidas: Una disimulada bajo las lanchas que hay tras la Puerta del Sol, la otra era una serie de laberintos estrechos cuya boca se abría en el cerro frontero: Descendía pues y, atravesando la garganta, subía en caracol hacia la cima de la Buitrera donde se ensancha semejando una cueva.
Allí vivieron felices Alarico y Quilama, pero ella, en triste soledad, se fue marchitando.
Teodomiro continuaba, incansablemente, recorriendo ciudad por ciudad para encontrarla. Se agostó la flor, murió Quilama. Su esposo, el conde Alarico, la dio sepultura en el más rico salón de la mansión subterránea. Engalanó sus paredes de pedrería y vistió su tumba de oro.
La lloró luego mucho tiempo... y sintiéndose morir también, agobiado por la melancolía y la pesadumbre llamando a sí a todos sus vasallos, exigiendo juramento de que guardasen el secreto de cuanto sabían, y repartiendo entre ellos la mitad de sus tesoros, los despidió. Quedóse solo con su escudero Analdos. Poco tiempo después se acababa para siempre el Conde. Lo sepultó Analdos junto a Quilama, según tenía dispuesto, cumpliendo la última voluntad de Alarico, obstruyó las entradas del subterráneo y luego se marchó.
Corrieron los años; se avecinaba el desastre de Guadalete. El Gobernador de la Bética fue derrotado por Tarik, que había pasado el Estrecho.
Caminando Teodomiro al azar, después de la derrota, encontróse con un mesnadero que fue de Alarico. El mesnadero le habló del Castillo y de la Reina Quilama. Teodomiro dirigió a sus reducidos vasallos hacia el castillo, llegó a él y, al no encontrar las entradas del subterráneo, hizo derrumbar la majestuosa mole.
Multitud de piedras quedaron desparramadas, como un solemne mausoleo para señalar a la posterioridad el amor y la tumba de Alarico y Quilama"